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viernes, 31 de octubre de 2014

El aloe de Feliciana

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Píldoras FelicianasHace años, en épocas menos luminosas, una persona muy querida de una persona muy querida le regaló un aloe joven a la también joven Feliciana. Fue en un viaje al Mediterráneo, y Feliciana aun se acuerda, aunque no sabe decir por qué, del camino de vuelta en el Euromed, y de que un hombre latino le dijera "esa es una planta del desierto", y que le contara que en su tierra se le llama sábila, que no aloe vera.


Pasaron los años, y aquel aloe acompañó a Feliciana en sus cambios de casa, de trabajo, de amigos y de amores. No quiere explicar los motivos, pero dice que desde el primer momento se sintió reconfortada cuidando de esta planta resistente y agradecida, que con un poco de agua y todo el sol que se le pueda proporcionar engorda sus hojas con una pócima transparente y mágica, que lo mismo alivia la piel tras una tarde en la playa que te arregla unos rizos desastrosos, ayuda a que se te cierre una herida o evita que encadenes catarro tras catarro mejorando el sistema inmunológico... por citar algunos de sus muchísimos usos.

Como aquel viejo aloe padre (o madre, no sabría decir Feliciana) que crecía en aquel patio mediterráneo, con los años al aloe de Feliciana Regaliz también le crecieron los hijos, tímidos al principio pero competitivos en espacio y recursos con el paso del tiempo. Fue entonces cuando Feliciana se interesó por los aloes y su cuidado, y se encontró con algunos datos sorprendentes.

Descubrió por ejemplo que esta planta aparece ya en los primeros tratados médicos y que era conocida por la mayoría de las grandes civilizaciones antiguas: sumerios, griegos, romanos, árabes, hindúes, celtas... Que la medicina china la conoce como "el remedio armónico" y los egipcios la llamaban "la planta de la inmortalidad", atribuyéndole propiedades místicas y de equilibrio no sólo del cuerpo, sino también de la emoción. Que son varias las culturas que veneran su particular energía y le siguen atribuyendo beneficios espirituales o místicos, colgándola o colocándola en hogares y negocios para purificar el alma y proteger de la negatividad. Y que hay quien va incluso un poco más allá.

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Descubrió también que la pulpa del aloe vera es 99% agua, y que la planta, nativa de lugares áridos, es un ejemplo asombroso de arraigo, de adaptación a casi cualquier hábitat y de gestión y aprovechamiento de los recursos disponibles en cada momento. De hecho, Feliciana lo ha leído aunque no sabe decir dónde, es capaz de sobrevivir a décadas de sequía, alimentando sus nuevas hojas con la humedad que atesora, sin desperdiciar ni una gota, en las más antiguas. Feliciana descubrió, por último, que era hora de separar al aloe de sus hijuelos, porque en estado natural el aloe adulto les transmite tanto vigor que al crecer y ganar espacio comprometen la propia supervivencia de su progenitor.

Feliciana inició así el hábito de regalar los hijuelos de su aloe como hace la gente en los lugares en los que la tierra no se constriñe entre cemento, con cercanía doméstica y sin dinero de por medio. Y porque me apetece, que es como le gustan los regalos a Feliciana. Que ella recuerde, ha dado hijos de su aloe, de varias generaciones, a Teresa, a Laura, a Ilze, a Carme, a Bego, a Xoán, a Jovi, a Rosa, a Eli y a Zaloa. Mas el de la segunda foto, que es el de Txema.

Feliciana siente que con ellos reparte un poco de la impresionante fuerza telúrica de ese regalo que le hicieron hace ya más de diez años. Y quizás también sus propiedades místicas y espirituales ¿por qué no? No va a saber ella más que los chinos o los árabes, se dice Feliciana. También le gusta fantasear con la idea de que alguna de las personas a las que un día regaló un aloe continúe con su costubre, perpetuando una saga que empezó, que ella sepa, en un soleado patio mediterráneo.

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